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¿Existen realmente las personas tóxicas?

En los últimos años, la palabra «tóxico» se ha vuelto cada vez más popular. Relaciones tóxicas, amistades tóxicas, trabajos tóxicos e incluso personas tóxicas. Este término es una forma simple de llamarle a lo que nos hace daño o nos resulta desagradable, pero es más problemático de lo que parece. 

Hoy hablaremos de cómo el uso de «tóxico» ultrasimplifica las complejidades de las relaciones humanas, fomenta una visión polarizada del mundo y nos quita oportunidades para crecer y reflexionar.

La polarización simplista de lo «tóxico» y «no tóxico»

Clasificar a las personas y situaciones como «tóxicas» o «no tóxicas» propone una falsa dicotomía entre lo «bueno» y lo «malo», cuando en realidad las relaciones humanas son mucho más matizadas que eso.

Nos cuesta admitirlo, pero ninguna persona es completamente buena o mala.

Todos tenemos el potencial de herir a otros, aunque no sea nuestra intención. En el calor del momento, es fácil culpar a alguien más de ser «tóxico», aunque eso sólo desvía nuestra atención de la real complejidad de la situación. Por ejemplo, una discusión con tu amigo te puede dejar lastimado/a, pero eso no significa que esa persona sea intrínsecamente «tóxica».

El problema de evitar la autorreflexión

Uno de los mayores riesgos de la palabra «tóxico» es que puede dificultarnos o incluso impedirnos la autorreflexión. Si nos consideramos personas «no tóxicas», podríamos cerrar la puerta a la posibilidad de que nuestras acciones afecten negativamente a los demás (y entonces… ¿quién es el tóxico? )

Por ejemplo, si yo siempre me percibo como la víctima en mis relaciones, podría no cuestionarme si mi propia conducta contribuyó a la dinámica conflictiva. En lugar de explorar cómo mis palabras, expectativas o comportamientos pudieron haber impactado a la otra persona, etiquetaré rápidamente a la otra parte como «tóxica».

La subjetividad de lo «tóxico»

Tenemos que hablar de la subjetividad inherente al término «tóxico». Lo que una persona considera tóxico, otra podría verlo como un comportamiento perfectamente razonable.

Por ejemplo, si un amigo establece límites claros sobre su tiempo y espacio personal, podría interpretarlo como una falta de interés o compromiso, etiquetándolo como «tóxico». Sin embargo, desde la perspectiva de mi amigo, esos límites pueden ser una forma saludable de cuidarse a sí mismo. En este caso, el término «tóxico» no describe la realidad objetiva de la situación, sino mis propias expectativas insatisfechas.

El impacto emocional de etiquetar como «tóxico»

Usar etiquetas simplistas como «tóxico» también puede tener un impacto emocional profundo, tanto en quien las usa como en quien las recibe. Para la persona etiquetada como «tóxica», esto puede ser invalidante y perjudicial, ya que reduce su humanidad a una característica negativa. Por otro lado, para quien usa esta etiqueta, puede ser una forma de evitar enfrentar emociones complejas como la tristeza, el enojo o la decepción.

En lugar de identificar y procesar lo que realmente sentimos, recurrimos a términos como «tóxico» para encapsular nuestra incomodidad. Esto puede impedirnos ponerle palabras más precisas a nuestras emociones y, por ende, buscar soluciones más efectivas. Por ejemplo, decir «me sentí ignorado cuando no me respondiste» es mucho más constructivo que simplemente acusar a alguien de ser «tóxico».

Hacia una comprensión más matizada de las relaciones

Entonces, ¿qué podemos hacer para superar esta visión simplista de lo «tóxico» y «no tóxico»? Primero, lo primero: reconocer que las relaciones humanas son complejas por naturaleza.

Y después… te cuento algunas estrategias para que te replantees nuestra tu de pensar sobre las relaciones:

    1. Describe en lugar de etiquetar: En lugar de llamar «tóxica» a una relación, describe lo que te molesta. ¿Te sientes desvalorizado/a? ¿Ignorado/a? Esto abre la puerta al diálogo, a la negociación y a resolver conflictos.

    1. Practica la empatía: Intenta entender el otro lado. Esto no significa justificar comportamientos dañinos, pero sí reconocer que todos actuamos desde nuestras propias experiencias y heridas emocionales.

    1. Reconoce la dualidad en las personas: Acepta que alguien puede tener comportamientos que te hieran, pero también cualidades positivas (ejem…¡así como tú!). Esto te ayudará a tomar decisiones más equilibradas sobre tus relaciones.

    1. Reflexiona sobre tus propias acciones: Pregúntate si hay algo en tu comportamiento que pueda estar contribuyendo a la dinámica conflictiva. Este ejercicio de autorreflexión fomenta el crecimiento personal y la mejora en la comunicación.

    1. Busca ayuda profesional: Si te resulta difícil navegar por relaciones complicadas, la terapia puede ser un espacio seguro para explorar tus emociones y aprender herramientas para gestionar conflictos.

Las palabras que escogemos para describir nuestras experiencias importan. Mucho. Si reemplazas «tóxico» por descripciones más precisas, enriquecerás tus relaciones y adquirirás más protagonismo sobre tus acciones.