Todos los humanos sabemos cómo se siente la culpa: esa sensación desagradable que se siente como un peso que cuesta sacudirse. La culpa está relacionada con la idea de hacer algo diferente de lo que creemos que deberíamos estar haciendo.
Desafiando la expectativa familiar
Aunque la culpa no es algo exclusivo de la migración, hoy hablaremos de algunos escenarios que atraviesan en algún momento a la mayoría de los migrantes.
Ya sea que tú familia de origen apoye tu decisión o la critique abiertamente, la realidad es que culturalmente hay expectativas de que las personas se queden cerca de su familia.
Cuando decidiste migrar, empezaste a perderte momentos cotidianos como las comidas los domingos, momentos especiales como los cumpleaños, y también te viste obligado a pensar en otras formas de cercanía con tu familia que no son el contacto en persona.
Y es allí donde la culpa se puede escabullir: aunque estés siguiendo tu propio deseo al migrar, defraudar las expectativas familiares puede traer mucha culpa.
La vejez de los padres
Otro tema relacionado con la familia es la vejez de los padres. Puede ser que al momento de migrar tus padres no sean tan mayores y esta no sea una preocupación, pero con el paso de los años las inquietudes pueden transformarse en “¿Estoy dispuesto a perderme los últimos años de mis padres?” , “¿Debería de estar cerca de ellos para cuidarlos?” o incluso “¿mis hermanos que se quedaron mi país me juzgarán por no estar allí?”.
Estas preguntas no tienen una respuesta fácil y deben de ser transitadas de forma individual, caso a caso. Pero algo es cierto: es importante distinguir cuándo tomamos decisiones con base en la culpa, o con base en algo que estamos escogiendo nosotros mismos.
Mejora en la calidad de vida
Algo que mueve a muchas a personas a migrar es buscar una mejor calidad de vida. Puede ser un país donde tienes un mejor salario o una ciudad donde hay más seguridad.
Cuando hay un gran contraste entre la vida que llevas en tu nuevo país y la vida que tus seres queridos llevan en tu país de origen, puede aparecer la culpa diciéndote “¿Quién soy yo para llevar esta vida mientras mis seres queridos lo pasan mal?”
“Ya no soy la misma persona”
La dura realidad es que la vida avanza sin nosotros en nuestro país. A diferencia de otras épocas en las que los migrantes se enteraban de las novedades en su país de forma asíncrona -cartas, correos electrónicos, llamadas-, hoy en día podemos presenciar el día a día de nuestros seres queridos (y todo aquello que nos estamos perdiendo) por las redes sociales, stories de Instagram, etc.
Además de la culpa de sentir que la vida está avanzando sin ti, puedes incluso darte cuenta que tu mismo has cambiado. Y a veces, esos cambios pueden significar que ya no te identifiques tanto con aquella vida que alguna vez viviste en tu país, o con aquellas amistades que alguna vez fueron las más cercanas.
Podríamos estar aquí todo el día pensando en escenarios diversos donde surgiría la culpa, pues cada experiencia de vida es única. Si te has identificado con alguna de las situaciones arriba, te propongo las siguientes herramientas para reflexionar:
1. Busca entender y aceptar los motivos reales por los que has migrado y las emociones que tu migración te ha provocado. Puede ser que pensaras que sólo querías vivir una aventura, pero en realidad, querías alejarte de una dinámica familiar que te estaba afectando. O puede ser que hayas accedido a mudarte con tu pareja por su trabajo, pero que en el fondo estés resentido por haber “dejado todo por tu pareja”.
Sincerarte contigo mismo sobre el por qué de las decisiones que has tomado y cómo te sientes con ellas es el primer paso para aceptar dichas emociones y para tomar protagonismo de lo que estás viviendo.
2. Despégate del otro y sus expectativas: la familia, los amigos, el “deber ser” (un buen hijo, un buen amigo, un buen migrante). Las personas vamos construyéndonos sobre ideas de lo que los demás esperan de nosotros para ser aceptados y amados por ellos. Estas ideas pueden ser verdaderas, pero muchas veces son amplificadas (o creadas) por nosotros.
Tal vez tus padres esperan que compartas sus mismos valores o que vivas en tu ciudad cerca de ellos.
Tal vez tus amigos esperen que estés cerca para seguir frecuentándose todos los fines de semana.
Tal vez tus colegas de trabajo esperan que sigas creciendo en la empresa en la que estás ahora.
El problema viene cuando quieres hacer algo o vivir una vida que no combina con aquello que piensas que se espera de ti. Viene la culpa, el miedo de ser rechazado, el miedo al abandono, las batallas internas.
Hay que despegarnos de aquello que (creemos) que se espera de nosotros, porque el mundo no se acabará si no haces lo que se espera de ti. No te volverás una persona que no es digna de ser amada, no te rechazarán (en casos específicos donde se te rechace explícitamente por hacer algo que tú quieres y que no dañe a nadie más…vale la pena re evaluar esa relación), y en cambio, vivirás una vida más auténtica y más alineada contigo mismo.
Si miras a tu alrededor, encontrarás miles de ejemplos de personas que sufren o se arrepienten por el precio que han pagado de intentar cumplir expectativas.
3. Pregúntate si esta culpa sólo aparece relacionada a la migración o si está/estaba depositada en otras áreas antes. Algo que me llama la atención en mi trabajo como terapeuta es que la culpa como emoción si quiere, puede escabullirse en cualquier situación. En pocas palabras, hay personas que tienen tendencia a sentirse culpables en general, no sólo por haber migrado.
Si es tu caso, empieza a notar en qué situaciones sientes esa emoción y hacia dónde te lleva la pregunta “¿Qué me hace sentir culpable?” “¿Cuál “deber ser” estoy desafiando que me está provocando culpa?” “¿Cómo se formó ese “deber ser?”
4. Analiza qué acciones has hecho para aliviar tu culpa. La emoción de culpa difícilmente se queda sólo en una emoción. Muchas veces -y usualmente, sin darnos cuenta- acabamos haciendo cosas con la intención de aliviar esta culpa, de compensarla, de castigarnos, de “pagar nuestros pecados”.
Por ejemplo, una persona que haya migrado y que al sentirse culpable, se autosabotee profesionalmente y como “castigo” no se permita avanzar en su carrera profesional.
O alguien que no se permita echar raíces en su nueva ciudad y evite formar amistades profundas, como forma de castigarse y de sentir que al menos no está separándose tanto de su país.
O una persona que constantemente quiera compensar a su familia por haber migrado y cumplir todos los deseos de su familia aunque no sean los suyos, destinar dinero que necesita a mi familia, pasar todas las vacaciones que tiene disponibles volviendo a su país -aunque no sea lo que quiere.
5. Acepta que no tienes control sobre la opinión que otros tendrán de ti. En el proceso de liberarte de las expectativas de los demás, tendrás que aceptar una dura realidad: por más que intentes agradar a los demás, al final del día no puedes controlar lo que pensarán de ti.
Una persona puede desvivirse para ser “la mejor” a ojos de todo mundo (y déjame decirte, eso cansa mucho) y aún así habrá alguien insatisfecho, alguien que critique, alguien que crea que no fue suficiente. La razón de esto es simple: lo que alguien espera de ti tiene que ver con ESA persona, no contigo.
Además, todas las personas son diferentes, y lo que le agradará a una, automáticamente le desagradará a otra. Por ejemplo, si intentas ser una buena amiga diciendo “sí” a todo lo que se te pide, una amiga podrá pensar “ah, qué buena amiga!” y otra puede pensar “qué persona más influenciable y débil, no sabe poner límites”.
Podemos aplicar todo esto al tema de la migración de la siguiente manera: al final de cuentas te sale más a cuenta tomar las decisiones que tengan sentido para ti, ya que si tomas decisiones con base en lo que crees que los demás aprobarán, no te estarás agradando ni a ti, ni a los demás como te gustaría.
6. Haz comunidad. Estar en contacto con otros migrantes y escuchar sus historias ayudará a que te veas de la misma forma empática y compasiva en la que los ves a ellos.
Nos guste o no, somos seres interdependientes, y hay algo muy sanador en hacer comunidad. Por eso, no subestimes el poder de relacionarte con personas que también han migrado.